Nanda Leonardini: «La historia es el conmoverte a diario

por Sandra Garcia

Investigadora, profesora, defensora del arte latinoamericano, admiradora ferviente de José Martí y -dicho sea de paso- una de las maestras más estimadas de la Escuela de Arte de San Marcos, Nanda Leonardini Herane (Chile) habló conmigo sobre su trayectoria profesional, su experiencia docente en el confinamiento y muchas cosas más.

Profesora Nanda, ¿nos puede contar sobre su formación profesional?

Yo estudié mi carrera profesional en Chile, termino la carrera y me vengo para acá e ingreso a la Escuela de Bellas Artes, durante un año llevé cuatro asignaturas: arte peruano prehispánico; arte colonial peruano, que lo dictaba la doctora María Luisa Miro Quesada Saco; historia de las culturas antiguas y filosofía del arte. De ahí entré a San Marcos a estudiar Arqueología, y estando en el segundo año me voy a México a estudiar la maestría en Arte latinoamericano. Habían algunas posibilidades además de México, una era EE.UU, que no podía costear, y otra España. La verdad es que si yo iba a estudiar arte latinoamericano me parecía ridículo ir a España, es como si los españoles vinieran acá a estudiar arte español; entonces, me fui a México, además, yo estaba muy ilusionada, porque en Chile había tenido un profesor, que era un pintor muralista, que había estado cerca de Siqueiros y de Diego Rivera y nos había entusiasmado mucho. En México vine a descubrir que existía un arte latinoamericano, porque toda la educación que había recibido era totalmente eurocentrista. Todo era irse a estudiar a París, eso era lo que pensábamos todos.

Además de vivir en México también tuvo una estadía en Paraguay

Sí, pero estuve solo un mes haciendo una investigación, hice un diccionario de religiosidad popular. Paraguay fue una delicia. Mira, para empezar la gente te habla todo en guaraní; es un pueblo indio precioso. Pero es un país muy sufrido por las dictaduras, además como es muy pequeño pude recorrerlo todo y culminar mi investigación.

De sus viajes por Latinoamérica, ¿qué rescata?

Para empezar decir que el Perú es un país maravilloso con una diversidad cultural increíble, a mi me impresionó mucho cuando llegué. Me quedé extasiada con los museos y las iglesias coloniales, no podía creer lo que veía porque ese tipo de cosas no existen en Chile. Me enamoré del país. Luego, con posterioridad, comencé a viajar al interior, recorriendo distintos lugares y, después, me motivé por las fiestas peruanas. A mi regreso de México entré a trabajar al Centro Folclórico de la UNI (FOLKUNI) y ahí comencé a conocer todo lo que eran las danzas y las diferentes fiestas. Luego me involucré con el sector turismo, donde aparte de enseñar el patrimonio monumental, también, tienes que enseñar el patrimonio vivo; y el patrimonio vivo son las fiestas, las danzas, la música.

Bueno, México es otro país fascinante como el Perú, donde viajas vas encontrando fiestas, monumentos; además, México está muy preparado para el turismo, siempre andaba viajando para conocer más. Y las bibliotecas que tienen en la UNAM, en sus facultades e institutos, son bibliotecas privilegiadas. Además el acceso es muy sencillo, no te están pidiendo nada, son muy abiertos, y te tratan bien en los archivos, acá hay como más celo y es más difícil.

En México era un incentivo detrás del otro, pues es un país culturalmente activo; además, cuando llegué allí era un periodo bastante importante para América Latina, en el que habían muchos golpes de estado y entonces los intelectuales, que la mayoría eran de izquierda, habían pedido asilo político en México. Entonces el gobierno mexicano iba poniendo a estos intelectuales en diferentes universidades; por eso cuando yo estudié tuve profesores uruguayos, guatemaltecos, chilenos, argentinos, paraguayos, aparte de los mexicanos, y españoles también. Mis profesores me enseñaron todo sobre Latinoamérica. Esa fue una época muy bonita para México porque fue una inyección intelectual, la segunda que tuvo en el siglo XX, la primera se dio con la llegada de los asilados políticos de la época de Franco en 1937.

Cuénteme, ¿qué perspectiva tiene, a partir de su relación con esos países, sobre el arte de nuestro continente?

Yo soy una defensora del arte latinoamericano, pero a brazo partido, y además sacando cara por lo nuestro y por nuestra identidad, no solo como peruanos sino como latinoamericanos. Y sí, existe un arte latinoamericano que tiene cosas del mundo europeo, porque la cultura oficial de nuestros países es la cultura occidental; pero la inyección local es fuera de serie. Aunque, también, eso tiene que ver con los gobiernos en curso y con la historia de cada país. Por ejemplo, la historia de México está íntimamente ligada por su relación con los EE.UU: los 3000 kilómetros de frontera, el territorio que les robaron los estadounidenses y, también, por la permanente invasión cultural. La manera como los mexicanos plantean la educación y la identidad frente a esa invasión desde el siglo XIX es para hacer frente a los EE.UU.

Ahora con los argentinos es diferente, son un país con un patrimonio colonial pobre, porque vivían en un estado permanente de guerra con las diferentes etnias locales, como en Chile, a las cuales arrasaron durante todo el siglo XIX. En el siglo siguiente Argentina tiene un despegue pero siempre mirando hacia Europa, mientras que México es un despegue con «lo nuestro», ellos siempre van a decir: «mi pasado es el México antiguo, Mesoamérica, y la colonia española es la parte más horrible»; de ahí que Diego Rivera pintara a los españoles degenerados. Ellos reconocen ese pasado que Argentina y Chile eliminaron, porque la presencia del indio era «vergonzosa». Pero Argentina, como los demás países que miran hacia la costa del Atlántico, siempre está más pegada hacia Europa, es lo que pasa también con Brasil. Aunque Brasil es un caso aparte, por las presencias portuguesa y negra, además, esta última es más fuerte que la indígena, porque a ellos también los eliminaron, y los pocos pueblos que quedan los tienen acorralados en la amazonía y no tienen derecho a ser ciudadanos. Y, luego, Venezuela, que siempre miró a Europa, pudo expandirse dentro del arte del siglo XX maravillosamente gracias a su riqueza petrolera.

Bueno, Colombia con sus propios problemas como el narcotráfico, que influye mucho en el mercado artístico colombiano. Las obras alcanzaron precios exorbitantes porque estos señores invertían en arte, dado que es una forma de inversión, y, además, tenían buenos artistas y ellos supieron aprovechar la coyuntura. En el Perú está el caudillismo, que ha hecho que los presidentes siempre estén ocupando puestos de manera oportunista sin pensar en el país. Y está Centro América, que es un caso aparte, recuérdese las bananeras y lo que vivimos hoy en día.

Cada país tiene un encanto diferente, pero al final tenemos muchas cosas en común: uno es el idioma y la otra es la religión cristiana, la católica; la religión de una u otra manera nos va uniendo. Y, luego, tenemos el pasado milenario de antes de la llegada de los españoles y los 300 años de su conquista; y ahora los casi 200 años o más de 100 años de ser colonia norteamericana.

Muchas cosas nos unen y eso lo ves a través del arte, porque cuando EE.UU se roba la hegemonía de París comienza a institucionalizarse todo un arte aquí en América Latina a través de la Unión Panamericana y los dictados que venían de EE.UU; y, luego, las bienales de Sau Paulo, como ves son muchas cosas. Somos muy diferentes, pero a la vez muy parecidos; como los hermanos de sangre que nunca son iguales.

El reconocimiento de la riqueza de nuestro continente es algo que ha difundo a través de sus investigaciones, por un lado, pero también en su actividad docente.

Además de conferencias y otros escritos. Por ejemplo, publiqué en la revista Letras, un articulo sobre dos mujeres vinculadas a presidentes, una mexicana y otra argentina. La mexicana era la esposa de Santa Anna (Dolores Tosta de Santa Anna) y la argentina era la hija de Rosas (Manuelita Rosas). Involucro sus vidas aunque ellas no se conocieron, al final de cuentas eran víctimas de las circunstancias y de lo que decían el padre o el esposo y tuvieron que seguirlos en los exilios. También tengo otro artículo de la misma naturaleza comparando a la mujer de Guzmán Blanco, de Venezuela, con la mujer de Prado, que es Magdalena Ugarteche, y cuento como ellas van teniendo una vida paralela sin conocerse; aunque recientemente me vine a enterar que Prado, ya la última vez que se va a París, alquiló una casa que era de Guzmán Blanco, entonces las dos si terminaron conociéndose en los exilios.

A propósito de sus trabajos referentes al tema femenino, ¿qué podría decir de las investigaciones de género en el arte?

Mira se están haciendo. La profesora Sofía Pachas es una de las que estudia las artistas mujeres, ella se ha especializado en las artistas del siglo XIX y ahora está investigando los principios del XX. Yo tengo una investigación, que está prácticamente terminada, sobre las mujeres de los presidentes. Como soy historiadora del arte, parto del retrato, pero debe ser un retrato que les hayan hecho en vida; sobre eso voy reconstruyendo la vida de estas mujeres, mujeres que generaron obras de artistas importantes como Bacaflor, Daniel Hernández o Monvoisin. La noción de la mujer no solo desde el punto de vista «yo soy artista», sino que también ellas han generado obras de arte por el rango que han tenido y por los contactos amicales que tenían con los artistas. Por ejemplo, Bacaflor retrató a la mujer de Cáceres y a su hija, pero porque Cáceres le tramitó la beca para ir a París. A la otra hija de Cáceres, Zoila Aurora, Daniel Hernández le realizó 4 retratos cuando estuvo en París, pues se hicieron amigos allí. La relación de las mujeres con el arte no es siempre el que ellas hayan sido artistas; porque, además, el problema que teníamos las mujeres era el matrimonio, donde primero era el rol de madre, y entonces se dejaba de pintar o de esculpir, así eran las cosas en esa época.

¿Qué sería lo mas gratificante de investigar desde la historia del arte?

Esa pregunta es difícil, pues tengo intereses múltiples; por ejemplo, va a salir un trabajo que empecé en el año 1987, y en él han participado alumnos míos tanto sanmarquinos como del sector turismo, todos ellos me ayudaron en la catalogación, y yo no habría podido hacer ese trabajo sino es por mis alumnos. Pero de manera paralela me interesó el asunto de las mujeres; además cuando estudié en la Católica el diplomado en antropología descubrí la importancia de las minorías étnicas, de ahí salió mi tesis de doctorado sobre la presencia italiana en el arte peruano del siglo XIX, y he publicado otro libro sobre el mismo tema pero esta vez en el siglo XX.

Tú puedes tener un interés pero la vida te va metiendo en cosas y no solo te interesa una sola porque hay tanto. Además, el arte peruano está «virgen», por ejemplo, la crítica de arte es un mundo maravilloso en el que se ha hecho poco, tenemos un montón de críticos de arte que son importantísimos y que hoy podemos rescatar, esa es una de las líneas que me interesa; mi otro interés es la línea femenina; pero, también, estoy metida en otro proyecto que tiene más años y que se relaciona con mi interés por las danzas, tengo un diccionario de danzas que tengo que terminar. Y es que el Perú está para investigarse completo, es un país maravilloso por donde lo mires, un país virgen en la investigación de historia del arte. Lo que pasa, para empezar, es que los arqueólogos se han apoderado del Perú antiguo, lo cual es una dejadez de parte de nosotros; después el Perú colonial es donde más se ha investigado, el siglo XIX ya se está estudiando y luego se saltan al Perú contemporáneo. Existe varios vacíos en el siglo XX, se ha estudiado el indigenismo; pero muchas cosas son dejadas de lado.

Quisiera hablar sobre su labor como docente universitaria. ¿Qué significa enseñar para usted?

Desde siempre quise ser profesora y te voy a decir por qué. Primero por una cuestión bien pragmática: era el único trabajo donde tenía la posibilidad de tener tres meses de vacaciones; y la otra cosa es que la docencia te hace trabajar con seres vivos, en todo el sentido de la palabra. Como docente de niños te llenas de una energía maravillosa y cuando son adolescentes te mantienes joven, porque si no te actualizas no puedes relacionarte con ellos. Yo empecé dictando clases en la primaria, mientras estudiaba en la universidad, de ahí me pasé a secundaria, pero los adolescentes tienen muchos intereses, así que me decidí por la universidad, donde tengo gente joven que realmente quiere oírme, y no dejo de tener contacto con la juventud y su energía. Otra cosa que siempre quise fue trabajar para el Estado. Uno, por una cuestión social, porque a mi me impresionó mucho la situación de necesidad en los colegios estatales; y, luego, porque yo soy producto de universidades nacionales: de una universidad chilena nacional, de San Marcos y de la UNAM. Entonces, si a mí las universidades nacionales de diferentes países me han formado debo devolverle al Estado lo que este me dio porque sino no hubiera sido profesional.

En estos tiempos de pandemia las clases han sido virtuales, ¿qué puede rescatar de esta experiencia?

Mira al principio no tenía internet, alcancé con las justas a subir en la plataforma virtual todas mis clases; pero me quedé sin poder comunicarme con los alumnos, fue terrible, hice mis clases por teléfono hasta que me pudieron conectar el internet en casa. Pero sucedió algo interesante, como hablaba con los alumnos directamente por teléfono comenzó a suceder una relación íntima con cada uno de ellos, surgieron cosas que de la manera tradicional nunca habrían sucedido. Ya cuando hice las clases virtuales nunca les pedí que abrieran la cámara, porque ahí estás violando la intimidad de las personas, no puedes meterte en su vida así no más y yo confié en ellos. Eso sí, fueron clases más vivenciales, pues tenían que hablar más, y la relación fue bastante intensa; aunque personalmente prefiero la clase en vivo porque para mi es menos agotadora.

Debido a su labor como docente ha formado a nuevos investigadores, ¿qué podría decir al respecto?

A mi me da mucha alegría ver gente que va ahí haciendo cosas, a algunos los encuentro en la docencia, a otros en los museos o haciendo investigación. Ahora cuando dicen que la carrera es difícil, eso depende mucho del empeño que tú le metas, pues en todas las profesiones es complejo encontrar trabajo. Como decía, me alegra mucho ver que tengo alumnos que están en distintos museos y otros que están con las maestría o los doctorados, y es que ustedes son mis hijitos académicos, y los logros académicos suyos son logros míos, siento que lo que sembré da frutos y eso es maravilloso. Pero es importante no solo lo que siembras en conocimiento, sino también en el sentido moral y de solidaridad; el intercambiar, el ayudarse unos a otros eso es más valioso que el conocimiento porque el conocimiento puedes ser autodidacta, mientras que lo otro te lo dan las personas que están a tu lado. Uno tiene que sembrar esperanzas, alegrías, amor y amistad, y uno va recogiendo todo eso a lo largo de la vida. La misión de la vida es ayudarnos unos a otros.

¿Qué consejos tiene para los investigadores jóvenes que recién se inician en esa labor?

La disciplina, eso es fundamental para un investigador, tener continuidad para realizar el trabajo todos los días, es la disciplina lo que te lleva a culminar cualquier cosa. Además, debes enamorarte del tema que investigues, así vas a querer conocer más del tema.

Quisiera preguntarle sobre el Seminario de Historia Rural Andina, ¿qué balance le dejó su paso por esa institución?

Fue una experiencia maravillosa, estuve allí 5 años y medio. El proyecto nació de Pablo Macera en 1966, quien tuvo la inteligencia de separar el Seminario de la Facultad de Sociales de San Marcos y vincularlo al rectorado. A Macera le gustaba trabajar con gente joven, de ahí lo de seminario; pero su idea, además, era que estuvieran ahí dos o tres años y así formar nuevos investigadores. Ellos viajaban a las comunidades rurales y encontraban documentos, esa fue justamente una de las lineas de investigaciones del Seminario: la recuperación de archivos y documentos. Pero cuando empezó la guerra interna, en la década de los 80, ya no podían viajar; fue ahí que Macera empieza a trabajar con los migrantes, con personas quechua hablantes o aymaras, y también los que venían de la amazonía. Macera comenzó a incentivarlos a que escribieran y dibujaran sin que les preocuparan las formalidades académicas, y siempre me decía: «en veinte años ya no va a existir esto, porque ya están conociendo el mundo occidental».

Cuando Macera se jubiló me llamó para que fuera la directora del Seminario. Yo a él lo conocí cuando era estudiante de arqueología, antes de viajar a México; y a mi regreso lo volví a ver en circunstancias especiales, cuando me presenté para trabajar en FOLKUNI, donde estuve tres años; luego cuando entré a San Marcos iba a visitarlo al Seminario para conversar. Cuando empecé mi trabajo en el Seminario me puse más exigente con las publicaciones y continué con las exposiciones, que Macera ya había iniciado. Sacábamos cinco exposiciones al año, pero con gente de perfil bajo, como artistas de la sierra y la selva, y también algunos artistas de Bellas Artes.

Durante el tiempo que estuve publiqué ochenta libros, brindando espacio a gente no tan conocida, a los que nadie quería publicar: recién egresados o sin trayectoria académica. También reunimos la biblioteca del Seminario, porque no se tenían los libros publicados, y comenzamos a buscarlos en librerías de viejo o preguntando a los mismos autores, y así se armó la biblioteca con todas las publicaciones del Seminario, aunque hubo cuatro libros que nunca pudimos ubicar. La experiencia del Seminario fue maravillosa, labor a la que me entregué plenamente y que hice con mucho gusto.

La apertura es valiosa, sobretodo ahora en tiempos de pandemia; pero en las exposiciones de arte o conferencias nos piden contraseñas o rellenar formularios con datos innecesarios para participar. De qué sirve que la cultura esté en una burbuja, cuando el papel de la cultura es que esta se encuentre abierta a más personas para crecer y aprender.

Tienes toda la razón, y esto ya lo estaba experimentando en las publicaciones; por ejemplo, cuando presentas un libro para que lo publiquen, este tiene que ser evaluado por pares ciegos; pero lo que veo es que cada vez se va elitizando todo; esto no pasaba cuando dirigía el Seminario de Historia Rural Andina. Yo no hubiera podido hacer nada ni tampoco Macera. Ahora lo que me estás diciendo es una cuestión que me indigna, el otro día quise entrar al ICPNA y me dijeron que no, que necesitaba registrarme, pero ¿registrarme para entrar a una exposición donde no entra ni una alma?, ni en tiempos que no eran de pandemia iba la gente, osea ¿qué pasa?…

Cada vez elitizan más la cultura. Hay Congresos que no tienen el suficiente «valor», porque no están organizados por una universidad y no tienen la «seriedad» debida. Parece que ahora los títulos nobiliarios son los grados académicos. Creo que tenemos que romper esta pared que cada vez se está poniendo mas estrecha, y es algo que veo en San Marcos, donde todo se está volviendo muy desagradable, porque ahora lo que investigas es un «producto» y no un libro, por ejemplo. El vocabulario ha cambiado totalmente, este es el dominio de las ciencias duras, contra lo cual también hay que luchar.

Cambiando de tema, ¿cuál es su obra de arte favorita?

La arquitectura religiosa. Las obras arquitectónicas son las que más me impresionan, porque en los edificios tú entras al espacio y este te envuelve. Mira, cuando fui a la China entre a varios templos budistas y adentro de ellos lloraba y no podía controlarlo. No tenía idea del porqué, pero era tanta la energía que sentía; eso es lo bonito de la arquitectura, estás dentro de la caja, nada te distrae. Y de los templos católicos, bueno las iglesias góticas son espectaculares, más que las barrocas, sobre todo por los vitrales. A mi me gusta mucho la capilla de Sainte-Chapelle en París, sus paredes son vitrales y cuando entras ahí y te llega la luz dices: «sí, es luz divina».

¿La última obra literaria que le haya gustado?

Quien me gusta como escritor es Gabriel García Márquez, aunque también me gusta mucho la obra de Oswaldo Reynoso, quien escribe sobre la gente que está por fuera del sistema: el homosexual, el canillita, el ladronzuelo; ese mundo que nunca nadie toca y que es más grande que el mundo real. Reynoso fue tan maltratado en la década de 1960, cuando comenzó a publicar, porque era provinciano y por comenzar con ese tipo de temática, lo que fue todo un escándalo. De sus libros el que más me gusta es Los eunucos inmortales, que trata de su experiencia en la China, donde estuvo diez años exiliado, y aborda la cultura china ancestral y moderna, su relación de esta con el homesexualismo y el control del gobierno; a él le tocó vivir lo de las revueltas de Tiananmen, que fue un hecho terrorífico.

Además no tenemos idea de lo que es la China, en parte por la educación que nos han dado. Nosotros pensamos que todo es Europa, y Europa no existe cuando estás en oriente, allí te das cuenta que Europa es una tontería. La cultura occidental tiene un ego que mejor no te cuento, cuando sales te das cuenta y te sientes tan ridícula.

¿A qué persona de la historia admira?

A José Martí, porque fue un pensador universal, un filósofo y un poeta excepcional, para mí el mejor literato de hispanoamérica de su época, incluyendo a España. Era un hombre con una visión global y una sensibilidad fuera de serie.

¿Qué hecho histórico la ha conmovido más?

Toda la historia es para conmoverte, mientras más lees más te conmueves y no puedes creer lo que han hecho lo seres humanos: guerras y torturas. Pero la historia es del día a día, mira sino el hecho histórico que nosotros mismos estamos viviendo. Además la historia es el conmoverte a diario, porque todo los días están sucediendo hechos históricos atroces, sino es en tu país es en cualquier lugar del mundo.