Lima es una ciudad ingente que parece abarcarlo todo en una monotonía arquitectónica agobiante. Salvo algunas zonas aisladas, lo que nos rodea es la primacía del cubo: casas cuadradas, edificios cuadrados. Aunque mayoritariamente el espacio que habitamos suele estar delimitado por el cubo, esto no quiere decir que se deba obviar el carácter artístico de la arquitectura; habría que mencionar que la distribución, los materiales y la decoración pueden hacer que la ciudad y los espacios públicos sean más que simples cubos sin gracia ni carácter.
Recordemos que los arquitectos de todas las épocas, anónimos o no, han plasmado el ideal humano que ha hecho del cobijo un arte. Cubrirse del frío y el peligro se volvió un pretexto para expresar formas de pensamiento a través de los edificios. Pero, ¿lo práctico puede ser también bello? Si observamos nuestro entorno pareciera que no; es casi imposible afirmar que una calle cualquiera de un nuevo barrio limeño exprese algún ideal de belleza. La practicidad es el principio que todo lo rige: casas hasta el filo de las veredas, sin espacio para la luz ni la circulación del aire, una tras de otra, en una aglomeración infinita de concreto. Al final, todo lo que vemos son monótonas estructuras de líneas rectas.
El arquitecto vienés Otto Wagner escribió —en Arquitectura moderna— que «Nunca puede ser bello aquello que no es práctico», y con su obra demostró tal afirmación. Wagner estuvo implicado en diversos proyectos urbanísticos de la Viena del siglo XIX, desde locales comerciales hasta estaciones de tren, y en cada uno de ellos fue consecuente con sus dichos. Se enfrentó al reto de dejar atrás los historicismos y de responder a las necesidades de la sociedad burguesa de entonces, en un momento donde su disciplina buscaba congeniar el empleo de materiales como el acero y el vidrio. Su obra es por tanto una respuesta a su tiempo que integró función y belleza.
Wagner también construyó edificios de departamentos, es más, incursionó en el negocio inmobiliario con bastante éxito. Sus edificios de vivienda son casi todos rectangulares; pero una cantidad de detalles (nada menores, por cierto) hacen que esas construcciones cuadradas no sean monolitos fríos, tristes y repetitivos. Hoy, en Lima, la avenida Brasil es una pesadilla urbanística, de inmensas torres que deshumanizan las relaciones entre vecinos. Cada departamento asemeja una celda familiar donde, con suerte, el ascensor será el único lugar donde cruzar un corto saludo con alguien.
Wagner era consiente de que la arquitectura responde al tiempo de cada sociedad. Si hoy, un edificio suyo fuera construido en Lima se le vería como una rareza, inclusive se diría que tal idea tiene cierto mal gusto pasadista. Igual hay otros factores en juego, quizá cabe preguntarse por qué ha calado tanto en nuestro entorno ese apego casi ciego por la función a la hora de construir las viviendas. Actualmente existe un reinado del ladrillo, el cemento y las líneas rectas de decoración austera, y este orden simple (eficiente y en apariencia económico) ha hecho desaparecer tradiciones locales que muchas veces responden mejor a la realidad climática y social de nuestras regiones.
A lo que apelamos cuando mencionamos el trabajo urbanístico muy particular de arquitectos como Otto Wagner es a la unión entre arte y vida. Y son, justamente, los arquitectos los llamados a hacer suyo ese reto; pues su disciplina no se encarga solo de lo constructivo, ya que es, en esencia, una disciplina artística.
El mismo Otto Wagner dijo que «Toda forma arquitectónica tiene su origen en la construcción y posteriormente evoluciona hasta convertirse en arte»; hoy, quizá no podamos concebir una Lima artística, pero si hiciéramos el intento nuestro día a día sería más llevadero, porque si prestamos atención, nuestra casa, el colegio o la oficina son lugares donde se llevan a cabo todas las experiencias que nos hacen humanos; o como Le Corbusier dijera, la casa es «el estuche de la vida, la máquina de la felicidad», y aunque el mensaje utilitario es lo primero que llama la atención de la frase, hay un gran sentido artístico en ella, primero, por las imágenes que evoca y, segundo, porque si lo pensamos bien, cómo sería posible hallar la felicidad si alejamos el arte de nuestras vidas.
Publicado el 15 de enero de 2021