Tukuy Ricuq. Aquel que todo lo ve» de Alberto Quintanilla

Tukuy Ricuq. Aquel que todo lo ve» de Alberto Quintanilla

Alberto Quintanilla era un niño cuando descubrió la imponente belleza de la arquitectura inca y la habilidad que tenían sus manos para modelar pequeñas figuras. Así, su vida en el Cusco, el arte del Perú antiguo, la cultura, la historia y la música alimentaron sus sueños de convertirse, algún día, en un gran artista. Sus deseos lo llevaron a la Escuela de Bellas Artes del Cusco, luego a la Escuela de Bellas Artes de Lima y, más tarde, a París. Su misión era clara: debía crear un arte auténtico, representativo de lo peruano y darlo a conocer al mundo.

Cuestiones previas

Nacido en 1932 en Cusco, Alberto Quintanilla del Mar incursionó a temprana edad en el mundo del arte popular. Su cercanía a la Escuela Regional de Bellas de Artes del Cusco alimentó su curiosidad por el trabajo artístico, curiosidad que fue sostenida en el tiempo y lo llevó a matricularse, en 1950, en aquella institución, al terminar la secundaria.

Posteriormente, en busca de nuevos retos ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes de Lima. De ella egresó, en 1959, con honores, en la reconocida y celebrada Promoción de Oro de Bellas artes, junto a Tilsa Tsuchiya, Gerardo Chávez y Enrique Galdos, por mencionar a algunos de sus destacados compañeros que más tarde, al igual que Quintanilla, se convirtieron en grandes representantes de la pintura peruana del siglo XX.

Tras su egreso, y teniendo como referentes a los grandes artistas del Perú antiguo, autores de la arquitectura inca, los textiles chancay o la cerámica mochica, Quintanilla partió a Europa para llevar estudios de grabado en la Escuela de Bellas Artes de París, ciudad en la que se estableció y vive actualmente.

Su etapa de estudiante en Cusco y Lima se desarrolló a lo largo de la década del 50. Por esos años la Guerra Fría germinaba en el mundo; en el Perú, las migraciones de la provincia a la ciudad estaban en pleno proceso y, en el arte, se vivió el debate entre artistas abstractos y figurativos.

Los defensores de la figuración levantaron, primero, la bandera del realismo social y, posteriormente, artistas más jóvenes retomaron lo figurativo pero con un carácter fantástico. Entre estos últimos debemos ubicar, precisamente, a Alberto Quintanilla.

«Los músicos de la aldea (1996)»

«Caballito de mar (2019)»

La exposición

«Tukuy Ricuq. Aquel que todo lo ve» es el nombre de la actual muestra de Alberto Quintanilla en Lima, que tiene lugar en el Centro Cultural de Bellas Artes. En ella, hay aproximadamente 60 obras que forman un conjunto de óleos, grabados, esculturas y juguetes elaborados entre 1960 y 2019.

Al entrar a la sala de exposiciones nos reciben «Los músicos de la aldea» (1996) y «El niño y el caballo» (2005), dos grupos escultóricos que advierten el espíritu lúdico de las obras a lo largo de la muestra.

Las esculturas son elaboradas en fierro forjado y pintadas con esmaltes de colores tierra (marrones, naranjas y rojos), verdes, rosados y azules. Las figuras son lisas y poseen líneas doradas que recorren el cuerpo de los personajes como decoración, pero también son usadas para realizar detalles a modo de líneas de dibujo.

Estas esculturas de figuras antropomorfas, zoomorfas y fantásticas tienen posiciones llenas de gracia y ternura, aunque también de vivacidad y picardía. Traen a la memoria el arte popular (arte no académico) peruano y el arte del antiguo mundo andino, no solo por la familiaridad de las formas sino por los valores que difunde, debido a que representaciones, como el sapo, son un homenaje a los protectores de la tierra y de la naturaleza, concepción que conecta con el pensamiento andino, donde este tipo de animales eran sagrados, por el contrario al mundo moderno, donde son menospreciados.

Son destacables, por la atmósfera de fiesta que insinúa, el conjunto conformado por El violinista (2000), El cantante (2001) y Bailarines con tijera (2001) que se encuentra en el centro de la sala. El violinista parece dar la introducción musical, mientras el cantante, aplaudiendo con actitud enérgica, espera su momento para empezar su canto. El sonido elegante del violín, junto a la voz y los metálicos golpecitos de las tijeras al comenzar el baile, hacen pensar, aunque no podamos oír, en sonidos de los andes peruanos.

Los ojos de estos personajes recuerdan los ojos alados del arte chimú, los ojos saltones del arte moche o aquellos de las máscaras antiguas de la diablada. Las líneas de fierro dorado recorren alegremente el rostro y el cuerpo, en modo análogo a la pintura facial y corporal de las culturas originarias y también delinean motivos decorativos que hacen referencia al arte popular y a la orfebrería de las culturas del Perú antiguo.

La alegría es un sentimiento que a Alberto Quintanilla gusta expresar en su obra, esto se debe a su personalidad enérgica, pero también a un valor que considera parte intrínseca de la cultura visual del Perú, que es —en sus propias palabras— una tierra de creadores, de música y poesía.

Sus pinturas son también un conjunto con vida propia que da profundidad a su mundo y a sus personajes. Son algunos motivos propios de su imaginario el perro peruano sin pelo, la cabeza voladora y la rueda del tiempo. El primero tiene un papel protagónico debido a preferencias personales de Quintanilla; el segundo simboliza una historia de la mitología popular del sur andino y el tercero representa la ansiedad ante el paso del tiempo.

«El entierro de mi Perro (1982)»

Son también propios de su lenguaje artístico sus personajes de dos caras. El artista es muy sincero al contar que la idea surgió gracias al azar y a los incentivos de Salazar Bondy a exponer lo que él había considerado un error de boceto. Esta sencillez de Alberto Quintanilla para hablar sobre su obra y cómo prescinde de contar una historia en particular, porque el tema no es una cuestión primordial ni obligatoria, recuerda, por un lado, la tradición pictórica en la que se formó y, por otro lado, al arte como juego y azar, pero también dolor. Quintanilla es enfático al decirlo y no se refiere solo a lo personal, pues el Perú ha formado parte de sus preocupaciones por la pobreza, el racismo y la corrupción, no como temas abstractos que ha oído sino como una situación que ha vivido en carne propia.

Así pues, en la obra de Alberto Quintanilla caben al mismo tiempo la alegría y el dolor y quizá a esta dualidad, tan intrínseca a la vida, se deba la representación sostenida de sus caras dobles que, dicho sea de paso, en ocasiones tienen la particularidad de expresar sentimientos opuestos; mientras una refleja tranquilidad, la otra parece gritar.

Entre sus pinturas podemos distinguir dos grupos: las de color y las negras. Las pinturas a color evidencian los cambios a través de los años en el manejo de la técnica, la representación del volumen y en la expresividad. Pinturas como «El mensaje» (1960) y «El circo» (2006) ejemplifican estas diferencias. De sus pinturas a color destacamos «A buen entendedor» (2012); de las pinturas negras sobresale «El entierro de mi perro» (1970).

Los personajes de sus pinturas y esculturas pueblan también sus litografías. Obras como «El aullido» (1967), «El bolero» (1981) y «El verdadero rostro» (1997) evidencian su proceso de aprendizaje en el manejo de la técnica. Hoy podemos decir que Quintanilla es un maestro en el arte del grabado, debido a los detalles que consigue y al manejo de la luz y el color, resultados que requieren varias planchas de dibujo y de mucha precisión para hacerlas coincidir.

«Los músicos (1981)» Litografía

De esta manera, Alberto Quintanilla es escultor, pintor, grabador y, ¿por qué, no?, artista popular también. Él siempre tuvo el deseo de ser un creador polifacético como los grandes artistas que han trascendido en la historia, quizá de estas aspiraciones, de dominar un panorama amplio en el arte, provenga el nombre de su exposición «Tukuy Ricuq. Aquel que todo lo ve». Agradecemos que haya sabido encausar sus deseos en el trabajo esforzado y constante que le ha permitido producir un imaginario consistente. Labor que le ha valido el reconocimiento internacional, pues con su obra ha recorrido distintos países alrededor del mundo, sin olvidar su tierra ni su cultura.

El constante uso de referencias que aluden a distintos tiempos de la cultura peruana en su obra permiten ver cómo ha traducido en su quehacer artístico las ideas de su discurso reivindicativo, que tiene un mensaje poderoso de valoración del artista y la cultura del Perú. Y, en ese sentido, su obra es un arte comprometido. Su trabajo consecuente con sus ideas lo posicionan como un referente importante en el arte peruano, que recuerda a aquellas generaciones de jóvenes que, a lo largo del siglo XX, pensaron en el Perú y la identidad peruana como el centro de álgidos debates.

Alberto Quintanilla, recordemos, era un niño cuando descubrió la imponente belleza de la arquitectura inca y la habilidad que tenían sus manos para modelar pequeñas figuras. Con los años crecieron sus sueños de convertirse, algún día, en un gran artista. Sus deseos lo llevaron de Cusco a Lima y luego a París, porque quería —en sus propias palabras— medirse con los europeos, siendo peruano. Su misión era dar a conocer al Perú y crear un arte universal que hablara de su pueblo. Y él, lo consiguió.

Publicado el 23 de marzo de 2022


Datos:

La exposición podrá visitarse hasta el lunes 28 de marzo. El artista estará presente el día 26 en un encuentro poético que se realizará en la misma sala de exposiciones.

El horario es de lunes a sábado de 10:00 am a 6:00 p.m.; el lugar, la galería del Centro Cultural de Bellas Artes (Jr. Huallaga 402)