escrito por Sandra Garcia
¿En qué pensamos cuando recordamos a las mujeres peruanas del siglo XIX? Quizá la mente nos trae a la memoria a la misteriosa tapada, enrrumbando por las tardes a insospechadas aventuras, o quizá a las grandes damas burguesas, a quienes imaginamos en elegantes fiestas luciendo sus costosos vestidos. Lo cierto es que los años 1800 parecen tan lejanos que las personas que vivieron durante esa centuria se nos pueden figurar como extraños fantasmas grises, recluidos en una habitación de la historia que huele a guano, polvo y humedad, sin más vínculo con el presente. Sin embargo, no nay nada más falso. Basta acercarse un poco para descubrir que el siglo XIX en Perú tiene más para contar sobre sus féminas; no sólo existieron la tapada o la dama burguesa como imágenes pintorescas de la época. Por las mismas calles que a veces pisamos, anduvieron mujeres extraordinarias que contribuyeron a la construcción de un futuro mejor. Y hoy, 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer queremos recordar sus aportes sin perder objetividad.
Advertencia: Esta nota tiene el fin de brindar un panorama general de las mujeres peruanas en el siglo XIX y algunas de sus luchas para conquistar el espacio público, por ello lamentamos las omisiones.
La sociedad del siglo XIX fue altamente jerarquizada y consideraba mejor a las personas según su fortuna y ascendencia familiar. En ese contexto la dama de la clase alta era una figura dominante con respecto a la indígena, mestiza o negra, por su acceso a la cultura hegemónica, su cercanía a los círculos de poder y la capacidad adquisitiva del marido, del padre o de la familia. Aun así las condiciones de opresión se hacían sentir también en esos altos estratos de la sociedad.
Con el pensamiento ilustrado germinó un ideal femenino particular que trascendió en el siglo XIX con el nombre de ángel del hogar. Según aquella visión, la mujer debía ser recatada madre, educadora de los hijos y servicial esposa, dedicada a las tareas domésticas. Esas debían ser sus cualidades y labores exclusivas, por ello, al igual que los hijos, dependía totalmente del esposo.
La mujer limeña
A pesar de tan estrechos dictámenes, hubo mujeres que, por el contrario de lo que dictaba la norma, llevaban una vida muy alejada de la ideal imagen femenina. Al respecto, es interesante lo que Flora Tristán escribió en 1838 sobre la mujer limeña y su particular traje de saya y manto:
Mientras que bajo la saya la limeña es libre, goza de su independencia y se apoya confiadamente en esta fuerza verdadera que todo ser siente en sí cuando puede proceder según los deseos de su organismo. La mujer de Lima, en todas las situaciones de su vida, es siempre ella. Jamás soporta ningún yugo: soltera, escapa al dominio de sus padres por la libertad que le da su traje; cuando se casa, no toma el nombre del marido, conserva el suyo y siempre es la dueña de su casa. Cuando el hogar la aburre mucho se pone su saya y sale como lo hacen los hombres al coger su sombrero. (Tristán 2003, p. 497)
Luego agrega:
Las limeñas, consecuentes en su manera de proceder… no ven pruebas de amor sino en las masas de oro que les son ofrecidas. Es por el valor de la ofrenda por el que juzgan la sinceridad del amante y su vanidad queda más o menos satisfecha según que las sumas recibidas sean más o menos grandes y mayor o menor el precio del objeto regalado… Tienen una inclinación decidida por la política y la intriga. Son ellas quienes se ocupan de colocar a sus maridos, a sus hijos y a los hombres que les interesan. Para obtener su propósito no hay obstáculos o disgustos que no sepan dominar. Los hombres no se mezclan en esta clase de asuntos y hacen bien. No se desenredarían con la misma habilidad. Les gusta mucho el placer, las fiestas, buscan las reuniones sociales, juegan mucho, fuman cigarrillos y montan a caballo, no a la inglesa, sino con un pantalón largo como el de los hombres. (Íbidem, pp. 497-498)
«Tapadas en la alameda» por Johann Moritz Rugendas
No somos partícipes de las generalizaciones, porque estas no pueden describir con objetividad la compleja realidad de una población. Lo cierto es que la libertad que tenían las mujeres para participar en el espacio público, durante la primera mitad del siglo XIX, fue criticada por la iglesia, los intelectuales y la prensa. La consecuencia concreta fue el abandono paulatino del traje de saya y manto que se asoció a un concepto de mujer colonial incivilizada. Así pues, la sociedad burguesa promovió la consolidación del ideal femenino del ángel del hogar, acentuando los roles de género.
Los efectos de esta presión social se plasmaron en la educación que se impartía a las niñas. Cursos como, por ejemplo, «Economía doméstica» las preparaban para su futura vida, pero nunca para desenvolverse en el espacio público como sí era posible ver en la currícula del colegio para hombres. Por supuesto, las mujeres tuvieron menos años de colegio que ellos y restringida la opción de acceder a una carrera universitaria (Pachas, 2008).
Captura de la página 2 del «Reglamento General de Instrucción Pública, 1876». Fuente: Archivo Digital del Congreso
Literatas
Pero el pensamiento moderno, que había aportado a un mayor sometimiento de las mujeres, también abonó a un proceso de cambio en la mentalidad femenina. Desde la década del 60 del siglo XIX algunas señoritas de la clase burguesa, que tenían acceso a cierta educación, empezaron a participar en el mundo de las letras. Algunas de ellas fueron Juana Manuela Laso de Eléspuru, Carolina Freyre, Trinidad Enríquez, Juana Manuela Gorriti y Clorinda Matto.
Esta participación en el espacio público tiene una transición de lo despolitizado hacia textos que denuncian la situación de desventaja educativa de las mujeres. De manera paralela, la reacción de los hombres ante esta incursión fue amable cuando se trató de literatura romántica, pero se convirtió en dura crítica cuando empezaron a publicar otro tipo de textos referentes a su condición frente a la sociedad.
La precaria educación recibida en las escuelas fue identificada por algunas como el origen de la frivolidad y el empobrecimiento moral de las mujeres. La novela Blanca Sol (1889) de Mercedes Cabello es representativa de dicha crítica. Por otra parte, Zarela (1900), novela de Leonor Espinoza de Menéndez, quien se identifica asímisma como feminista, narra las diferentes situaciones problemáticas que enfrentaban las mujeres justamente por no recibir una educación que las preparara más allá de las tareas del hogar.
Las literatas del XIX, aunque no conformaron un movimiento uniforme, porque en ocasiones asumieron el juego de roles que les imponía la sociedad patriarcal (Arango 2002), realizaron una labor importante que abrió nuevos caminos para la mujer en el trabajo, la formación profesional, la política del país y en la vida intelectual desde espacios autogestionados. Cabe resaltar que sus textos y actividades estuvieron dirigidas a las señoritas de su misma clase social y no estaban libres de ideas clasistas.
Con la llegada del 1900, el tema de género no perdió ninguna vigencia. En periódicos y revistas locales de esos años se pueden encontrar artículos sobre la mujer moderna y el movimiento feminista que exponen posiciones a favor, en contra y desde una perspectiva neutra. También aparecen noticias que difunden las luchas de las mujeres en el plano internacional, como es el caso de los avances en la conquista por el voto femenino en Inglaterra. Hechos que inspiraron a mujeres, como Aurora Cáceres Moreno, precursora de la lucha por el voto femenino en el Perú.
Revista Actualidades (1906)
Educadoras
Como ya habíamos mencionado, la educación para el hogar que se impartía a las mujeres fue un punto de crítica muy importante, de modo que la formación educativa se convirtió en el centro de interés de las feministas.
La búsqueda de una reforma educativa adquirió un carácter de urgencia para aquellas mujeres que pensaban en su futuro pero también en el de la sociedad. Este contexto formó a importantes educadoras como Elvira García y García, activa redactora en medios escritos. Ella abogó por la propuesta de la Escuela Nueva, una concepción más moderna de la educación. Esta criticaba el aprendizaje mecánico de memoria y apostaba por una formación que estimulara la capacidad de pensar con reflexión y discernimiento. Su finalidad era que la sociedad tuviera mejores seres humanos, por ello, García afirmó que no debía haber distinciones de género a la hora de aprender. Sus propuestas aportaron a la modernización de la educación, pero no fue un camino libre de críticas, por el contrario, algunos las consideraron excéntricas y peligrosas. (Marrou, 2013)
Teresa Gonzáles de Fanning también es una figura que debemos recordar por su propuesta educativa desde fines del siglo XIX. La escritora sostenía que la preparación de las mujeres para el mundo laboral era de vital importancia, pues solo así lograrían su independencia económica. No es un dato menor que su propuesta contradecía ideas muy arraigadas en la sociedad, ya que por entonces todavía se creía que las mujeres de cierta clase no debían trabajar porque eso las desvalorizaba y rebajaba. A pesar de ello, en 1881 fundó el Liceo Fanning en su propia casa, donde llevó a cabo su propuesta. Su proyecto tuvo réplicas.
Universitarias
Sin duda, el trabajo de las mujeres literatas generó un contexto de confianza que abrió el camino y sirvió de aliciente a mujeres jóvenes a participar en actividades diferentes a las domésticas. Este es el momento de la lucha por el acceso a la educación superior.
En el año 1874, María Trinidad Enríquez inició sus trámites de ingreso a la Universidad Antonio Abad del Cusco. Después de unas trabas burocráticas logró acceder a los estudios universitarios. En 1878, egresó pero no le dieron el título correspondiente a sus estudios, ya que las mujeres no tenían permiso para acceder a los grados académicos ni ejercer profesión. Trinidad emprendió una denuncia y al cabo de tres años, Nicolás de Piérola, el presidente en ese momento, propuso otorgarle la «gracia» del grado de manera excepcional. La proposición fue rechazada por Trinidad, quien exigió que fuera una ley para todas las mujeres.
Casos parecidos vivieron distintas mujeres, quienes ante las restricciones se acercaron a las universidades solicitando permisos especiales. Esta incursión dio paso a debates sobre la capacidad intelectual de la mujer. Finalmente, el Congreso de la República promulgó, en 1908, la Ley 801 que concedió a las mujeres el acceso a la universidad, la obtención de los grados académicos y el ejercicio de la profesión elegida.
«Ley 801, Opción de grados académicos por las mujeres» (1908)
Mujeres artistas
La enseñanza de pintura, dibujo y grabado, entre otras materias, fue parte de la educación de adorno que llevaban las señoritas de clase alta con el único fin de complementar sus virtudes para la maternidad y el matrimonio. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XIX hubo un incremento en el número de señoritas que practicaban disciplinas artísticas, dando muestras de un interés más allá de la «educación de adorno» (Pachas 2008).
En el caso de la mujeres que practicaban la escultura era más evidente ese interés, debido a que dicha disciplina artística estaba vetada como incoherente al género femenino por la fuerza que exige en el proceso creativo; así lo prueban, notas en revistas y periódicos del momento.
En el caso de la pintura, es representativo el trabajo de las mujeres activas en la década de 1870. Ellas exponen en el espacio público, donde algunas obtienen buenas críticas, no obstante, era común que no firmaran sus obras (Leonardini 1999). Podemos mencionar a Sabina Meucci, Eduvijis Sánchez, Isabel Larrañaga y Eduvijis de Corpancho, cuyo trabajo fue comparado con el pincel de Francisco Laso. Es importante saber que algunas de ellas participaron en concursos.
En el Taller de Teófilo Castillo, abierto desde 1906 en la Quinta Hereen, se evidenció algo especial. Las mujeres empezaron a realizar sus pinturas al aire libre, incursionaron en la pintura de objetos del Perú Antiguo, firmaron sus obras, expusieron y participaron más activamente en concursos. Algunas de ellas fueron: Juanita Martínez La Torre, María Flores Quintanilla, María Angélica Quincot, Mercedes Dammert, René Palma y María Isabel Arenas. Para Fernando Villegas (2014) el trabajo de estas señoritas conforma el inicio del arte moderno peruano, a pesar de que, con excepción de los casos de Elena Izcue y Julia Codesido, las alumnas de Teófilo Castillo no hicieron de la pintura una carrera.
«Salón Castillo» en Actualidades (1906)
Referencias
Arango-Keeth, Fanny (2013). Del «ángel del hogar» a la «obrera del pensamiento»: Construcción de la identidad socio-histórica y literaria de la escritora peruana del siglo diecinueve. En Guardia, Sara. (Ed.), Historia de las mujeres en América Latina (pp. 283-296). Recuperado de http://cemhal.org/publicaciones2.html
Denegri, Francesca (2004). El Abanico y la Cigarrera. La primera generación de mujeres ilustradas en el Perú. Lima, Perú: Instituto de Estudios Peruanos.
Lauro, Claudia (2019). Damas de sociedad y varones ilustrados. Mujeres, hombres y género en el discurso modernizador de la Ilustración a fines del siglo XVIII. En Lauro, Claudia. (Ed.), Género y mujeres en la historia del Perú. Del hogar al espacio público (pp. 203-228). Lima, Perú: Fondo Editorial PUCP
Leonardini, Nanda (1999). Las artistas mujeres en el Perú decimonónico. Letras, 97-98, 39-45.
Marrou, Aurora (2013). Elvira García y García y la educación peruana. Investigación Educativa, 17(2), 21-26.
Pachas, Sofía. (2008). Las artistas limeñas 1891-1918. [Tesis de maestría]. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú. Recuperado de https://cybertesis.unmsm.edu.pe/handle/20.500.12672/173
Tristán, Flora. (2003). Peregrinaciones de una paria. Fondo Editorial de la UNMSM.
Villegas, Fernando (2014). El Taller de Pintura de la Quinta Heeren. Prácticas de pintura al natural en manos femeninas (1906-1916). Illapa Mana Tukukuq, 11, 50-67.