escrito por Sandra Garcia
Es un hecho que la pandemia nos ha colocado en una situación más que difícil. El temor de contagio, la pérdida de familiares y/o amigos, el golpe económico, el revés de la vida cotidiana que todos conocíamos y, como si no fuera suficiente, la crisis política en el país han hecho del 2020 un año gris que nos ha confrontado de forma cruda y violenta con la precariedad de la infraestructura estatal y los grandes defectos de nuestra sociedad. Sin duda, la situación nos ha hecho padecer una consternación colectiva que aún no termina, pero dado que la vida continúa es necesario que lo ocurrido a partir de la pandemia también sea motivo de reflexión, aprendizaje y reconocimiento de nuevas posibilidades.
Precisamente, una experiencia notable que trajo este 2020 ha sido la relación más estrecha con la virtualidad. Aunque ya conocíamos muy bien que los medios digitales tenían la capacidad de enriquecer las formas de interacción social, con el confinamiento hemos confirmado su importancia e incrementado su uso. ¿Quién hubiera dicho, a principios del año, que las clases de colegios, institutos o universidades de casi todo el mundo serían remotas? Nadie hubiera podido imaginar que nuestra normalidad cambiaría tanto y tan repentinamente, pero lo cierto es que al día de hoy muchos aspectos de la vida, desde lo laboral hasta lo cotidiano, están más relacionados que antes con el mundo digital, y esto se extiende a empresas e instituciones de todo tipo; volviendo más vigorosa que antes la afirmación que, quien aspire a estar a la vanguardia de estos tiempos y tener éxito en el mercado requiere de habilidades digitales.
Esto no es una excepción en el caso del sector cultural -entiéndase instituciones o proyectos culturales, en general- que ante las restricciones impuestas debido a la COVID-19 incrementaron sus actividades virtuales, como: presentaciones de libros, conferencias, talleres, exposiciones, entre otros. Esta actividad constante se felicita ya que nos brinda ese necesario recreo que nos enseña y une como colectividad. Sin duda, los eventos virtuales llegaron para quedarse y creemos que su ritmo no descenderá demasiado cuando ya se puedan hacer eventos con asistencia física.
Sin embargo, el ánimo con que se trabaja en los contenidos culturales también debe conducir a la reflexión sobre los medios que utilizamos para llevar a cabo su difusión.
El sector cultural ha apostado, sobre todo, por Facebook e Instagram como sus espacios de difusión virtual; los cuales son, en la mayoría de las veces, las únicas ventanas que poseen dentro de la red. Asimismo, ha utilizado para la transmisión de sus eventos: Facebook Live, Meet y Zoom y, en los casos de actividades con cupos limitados, el formulario de Google. Todos los medios digitales mencionados son de los más populares entre los internautas; pero estos tienen el gran defecto de requerir de una cuenta y/o la instalación de software en el dispositivo de uso, que vuelve inaccesible el contenido fuera de ellos.
Para el año 2020, según We are social, hay 24 millones de peruanos que son usuarios de internet y, de acuerdo a cifras de Ipsos Perú, 13,2 millones son activos en redes sociales. Esto quiere decir que el sector cultural que difunde sus contenidos unicamente a través de medios privativos incurre en el error de ser excluyente porque limita la participación de personas que no tienen una cuenta en Facebook, Google, Zoom, entre otros. Y así, contradice el compromiso con la democratización del conocimiento que de buena fe los llevó a crear sus perfiles en dichas plataformas, pero a la larga ha significado su aislamiento en burbujas digitales.
La solución a este problema no será la creación de cuentas; pensar así o, simplemente, ignorar a esa porción de público, además de ser una muestra de falta de empatía, también es una incoherencia grave si se es difusor de la cultura. Las salidas fáciles y la irreflexión no aportan al crecimiento de nuestro sector ni permiten cumplir nuestro papel en la sociedad. Las redes sociales son fluctuantes y pasan de moda, si hoy nuestra única ventana digital es un perfil de Facebook, o de la red social que fuere, debemos romper con esa relación de dependencia y buscar autonomía digital en favor de una verdadera difusión abierta de nuestros contenidos.
Esto quiere decir, en primer lugar, usar un sitio web propio, accesible para todos sin distinción y sin restricciones. Y, en segundo lugar, emplear vías que permitan acceder a los eventos sin tener que crear una cuenta, instalar ningún software o utilizar formularios de Google. Señalar las alternativas que se pueden usar excede los límites de este artículo, pero es importante saber por ahora que existe software libre capaz de realizar las mismas funciones de las aplicaciones y programas más populares.
Los tiempos que vivimos requieren cada vez más de las tecnologías, por eso es necesario usarlas de manera inclusiva y con responsabilidad. Pero esto no será posible con una actitud pasiva, las vías alternativas para difundir nuestros contenidos de forma abierta necesitan proactividad y, por otro lado, las herramientas digitales para la comunicación no están exentas de conflictos. Precisamente, la privacidad y la recolección de datos personales son unos de ellos. Desde la cultura estos temas deben ser pensados críticamente, no solo para mejorar la difusión de nuestros contenidos; también para fomentar buenas prácticas que favorezcan a los usuarios y el manejo ético de sus datos.
Publicado el 31 de diciembre de 2020